Hace ya unas semanas que he estado muy atento a la salida del nuevo álbum de Cindy, 1:2. En realidad, yo nunca había escuchado nada del proyecto musical de Karina Gill, pero varios artistas de San Francisco recomendaban muy encarecidamente su nuevo trabajo y, claro, hay que seguir los buenos consejos.
Llama la atención que Karina contase que ella aprendió a tocar la guitarra porque se encontró una Stratocaster medio rota y envuelta en precinto en el sótano de la casa que alquiló y que sería de un anterior inquilino. Pero, aunque ya no usa esa guitarra, Cindy necesita bien poco para crear una colección de canciones hipnóticas: una guitarra, un sintetizador y una batería.
1:2 es un álbum melancólico, sin duda. Ahora leía en exystence.org que era un disco de otoño, para cerrar las cortinas y pensar en el verano que acaba de terminar. Esa descripción la va como anillo al dedo, porque hay cortes donde el teclado y la voz de Cindy crean una atmósfera muy relajada como en la genial apertura The Common Era o en To be True (que son dos cortes que suenan mucho a vals), en Song 36, en The Lost Dog o en la final Deers in Japan (muy en la línea de la preciosa portada que han hecho para este disco). La verdad es que está faceta tranquila me ha recordado mucho a la Christina Rosenvinge de La Joven Dolores, aunque dudo mucho que sea una influencia conocida para ella.
Eso sí, también hay cortes donde, con poco, abraza decididamente el pop y es lo más destacado del álbum: My friend, la más animada 1:2 que suena mucho al indie-pop de The Tamborines o Party Store, en mi opinión lo mejor del disco y donde más recuerda al sad pop de The Reds, Pinks and Purples, eso sí, sin esas guitarras sucias y descacharradas que mete Glenn Donaldson en sus canciones. El músico de San Francisco ha debido ser una buena fuente de inspiración y, además, ha sido el encargado de hacer el texto para el bandcamp de Cindy.
1:2 es un disco sobresaliente, con pocos ingredientes Cindy han creado una gran receta y las canciones son para degustar lentamente.
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