lunes, 18 de octubre de 2021

Lala Lala

 

En 2018 conocí a Lillie West por casualidad. Bueno, en realidad como he conocido mucha música en mi vida: en un concierto. Estaba por trabajo en Boston y fui a The Sinclair (una mítica sala de conciertos de la zona) a ver a Frankie Cosmos. Le teloneaba Florist (que ya la conocía) y Lala Lala, de la que no sabía nada, pero que me convenció desde el primer acorde.

Lala Lala sacó ese mismo año The Lamb, un álbum que me encantó. Y, hasta ahora, yo no había vuelto a saber de ella. La semana pasada escuché I want the door to open, su nuevo álbum y me quedé muy sorprendido.

El cambio en su sonido es enorme y, aún así, me está encantando el disco. Nada del indie-rock low-fi de sus anteriores trabajos. No. Ni siquiera se preocupa por unas melodías pop que puedan funcionar. Este álbum es mucho más esquivo, pero es una absoluta maravilla.

Tiene presencia una suave electrónica que lo inunda todo de teclados y un ambiente dreamy sobrenatural. Desde el inicio con Lava este nuevo camino queda ya marcado y la artista de Chicago se permite crear juegos vocales en Photo photo o cortes sintéticos como en Bliss Now! donde se va hacia un sonido algo más Sufjan Stevens, como en la calmada Straight & Narrow.

Eso sí, es en los cortes un poco más pop donde destaca del todo: Castle Life y Beatiful directions son una buena muestra, aunque quizás sea DIVER la canción más brillante del disco y la más épica. Mete unos saxofones (lo hace en varias canciones) que recuerdan al sonido de Destroyer, algo que me ha gustado mucho.

El final del álbum, con los amables pianos finales de Plates donde colabora Ben Gibbard, se corona con Utopia Planet donde colabora su propia abuela.

En mi opinión es un esfuerzo enorme de buscar nuevos caminos y sonidos para Lala Lala, pero sale enormemente reforzada porque es un álbum de lo más interesante.

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